Todd Phillips se arriesga y nos trae un nuevo Joker, el retorcido e icónico villano, fantásticamente representado por uno de los mejores actores de los últimos años, Joaquin Phoenix.
“So spread sunshine all over the place and put on a happy, happy face” canta Tony Bennet, pidiendo que le pongamos una sonrisa a los malos momentos y que imaginemos cosas bonitas, pero ¿y si lo único que tenemos son pensamientos negativos?
Arthur Fleck es un marginado de Ciudad Gótica. El servicio social lo ha abandonado, la gente lo mira con desprecio y se incomoda con su presencia, su enfermedad mental lo tiene relegado de la sociedad. Pasa sus días tratando de ganarse la vida como payaso (y trabajando en ser un verdadero comediante), pero por más que quiere verse integrado, la vida y las circunstancias arremeten contra él, encuentran formas de limitarlo, abatirlo, casi desaparecerlo. Irónicamente, gracias a su enfermedad tiene un momento que le da notabilidad, y es cuando Joker se adueña de su ser, lo absorbe y lo engrandece.
Cuando Joker (en las carteleras de México como “Guasón”) fue presentada en el Festival de Cine de Venecia y terminó ganando el León de Oro (pasándole por encima a directores como Hirokazu Kore-eda, Noah Baumbach y Olivier Assayas), supimos que Todd Phillips y Joaquin Phoenix, director y protagonista, iban en serio. Phillips, a quien ya conocíamos por su trilogía ¿Qué pasó ayer?, decidió dejar a un lado la comedia y tomar al personaje de DC para reconstruirle el pasado (cuyo propio desarrollo en los comics lo permite, ya que nunca se ha explicado al cien por ciento su historia). Quiénes son sus familiares, qué hay detrás de su risa y qué lo lleva a la locura, son los temas principales que el director nos presenta para darle un fondo más humano al conocido villano, donde la falta de empatía, la violencia y el daño psicológico son las armas más efectivas para quebrar al que en principio era hombre más. Todo este bagaje lo lleva el espectacular Joaquin Phoenix, quien nos regala en su impecable actuación una risa inolvidable, la mirada desquiciada, bailes que fluyen paralelamente a su locura y una reflexión importante de cuánto daño puede hacer la desatención en las enfermedades mentales. Phillips y Phoenix hacen un gran dúo que se acompaña de Robert DeNiro, cuya presencia le guiña a esas películas que ya sabíamos fueron los más grandes ejemplos a seguir para el director. Sin embargo, creo que es importante dejar de comparar a este Joker con sus representaciones anteriores y a esta película con sus referencias, porque dejamos de valorar el trabajo hecho en este filme sólo por las ganas de ponerlo a competir.
Hay tres colores principales en esta cinta muy bien presentados por su cinematógrafo, Lawrence Sher: El amarillo, que nos lleva a ciertos momentos de claridad para Arthur; un azul apagado, que nos enmarca su diaria melancolía; y el rojo, que desde el primer momento en que aparece en escena nos advierte que la inmundicia, el egoísmo y la violencia tarde o temprano impactan en nosotros de formas que ni siquiera nos hubiéramos atrevido a imaginar.
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